sábado, 30 de noviembre de 2013

Puestos 100, 99, 98

98: Changes. Tupac

99: Under the bridge. Red hot chili peppers

100: All star. Smash mouth.

 

 

Las 100 mejores canciones de los 90

 

Los 90, esa época en que fuimos adolescentes (los de mi generación): el primer amor, el primer beso, las primeras rebeldías, las primeras salidas, las primeras copas... En fin, la época en que empezamos a ser quien somos, tuvo una gran dosis de buena música, que fue telón de fondo de todos esos momentos.
Así qué esta lista no es sólo un viaje por la música de nuestra adolescencia, es realmente un viaje en el tiempo, para volver a ser quienes fuimos, ¿me acompañas?

 

lunes, 4 de noviembre de 2013

83: Mi niñez. La niñez de hoy.

En algún momento, tiempo atrás, nos equivocamos. Dejamos de regalar libros, patines y el clásico diario con candado, a los niños en las comuniones, para regalarles Mp3, consolas portátiles, cámaras fotográficas. Quizá se nos subió el capitalismo a la cabeza. Quizá el cambio de la peseta al euro nos hizo confundir el valor del dinero. A lo mejor fue que copiamos lo peor de otras sociedades que veíamos a través de la Tv, millonarios famosos consintiendo a sus hijos, y algo nos hizo clic en la cabeza. De pronto los parques de juego estaban acolchados, de pronto los juguetes tenían mil normativas que pasar para ser buenos para nuestros hijos, de pronto el limpia suelos agregaba mata bacterias para protegerlos, de pronto necesitaban gafas de sol en verano, factor 50 en la piel... Y así fuimos creando un mundo burbuja para los niños, y en esa burbuja los fuimos sobreprotejiendo.

No me crié así. No tuve grandes regalos, pero me construía mis propios cachivaches: una tubería redonda y una caja encima para poder deslizarme; una botella con la parte superior recortada y un globo para un tirachinas, una bolsa de plástico y unos cordeles atados a un viejo soldado para un paracaidista. En mi cumpleaños el mejor regalo era cuando mi abuela me hacia la tarta de galletas y chocolate, y mis amigos venían a traerme un cómic. Y los regalos grandes solo venían una vez al año, en Navidad, y sólo si habías sido bueno. Era habitual que uno de esos regalos fuera una hucha para que durante el año guardases lo que los mayores te iban dando.

Me crié en caminos de tierra, en parques con toboganes y columpios de hierro y el suelo lleno de chinos. Había que agudizar los sentidos para saber caer, para no hincarse los chinos en las rodillas, para no darse con la esquina del tobogán. Y si algo pasaba siempre podía uno restregarse el arañazo con saliva. Lo último era acudir a mamá, y sólo lo hacíamos cuando veíamos sangre. Y digo lo último porque sabíamos que cuando mamá intervenía el día de parque solía terminar.

Me crié no teniendo demasiado y teniendo que inventarme juegos con mis amigos... O jugando horas y horas a juegos baratos de canicas o chapas. Que los niños fueran pidiendo aquí y allá cosas estaba entonces mal visto. Y así lo entendíamos.

Me crié sabiendo que hacer una trastada conllevaría algún tortazo en el culo,o algún castigo, o lo que más me estremecía que era que mis padres no me hablarán durante un buen rato, haciéndome saber que los había decepcionado.

Así me crié yo, y no he salido tan mal. No necesite Mp3 pues teníamos radio y había que esperar un buen rato para que soñase la canción que querías o llamar a la radio y pedir que la pusieran. No necesite consolas porque los mejores ratos eran para estar con mis amigos, y caminar con ellos por entre las cañaveras ya era adentrarse en la jungla. No necesite cámaras fotográficas para sacar fotos de mis pies y de lo que comía, entonces las cámaras las manejaban los adultos y siempre era para plasmar algo realmente especial. No necesité móviles para estar en contacto con mis amigos, bastaba con ir a tocar la puerta de su casa. Y cuando entrabas a casa de un amigo siempre te ponías en plan formal mientras sus padres te preguntaban como te iba en el cole y otras mil cosas.

Así me crié yo. Supongo que por eso no pierdo la perspectiva de donde venimos. O al menos de donde vengo. De una España rural, de gente de vidas pequeñas pero saludables, de un mundo donde hacer era más importante que tener, y donde un niño era un niño y no una burbuja.